La obra abarca un período de la vida de Delmira Agustini, extraordinaria poetisa uruguaya nacida en 1886 y muerta trágicamente el 6 de julio de 1914, a causa de una bala disparada por su ex marido y amante en ese momento, Enrique Job Reyes, quien segundos después se mata a su vez, cerrando una relación amorosa signada por oscuras contradicciones. Adriana Genta construye la dramaturgia desde el momento (1911) en el que Delmira , viviendo con su madre y próxima a casarse con Job Reyes, es visitada en su casa montevideana, por el escritor y político argentino Manuel Ugarte, quien ejerce sobre ella una atracción amorosa que hace temblar su compromiso. Le escribirá después de su casamiento: “…usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel.”
La breve historia de Delmira, una aparente señorita consentida de la burguesía provinciana, está movida por profundas pasiones, expresadas en una obra poética ardiente y sensual que sorprende a sus contemporáneos provocando tanto el rechazo como la ferviente admiración. Pero su vida interna, sus poseídos desvelos, su sexualidad desbordante, no sólo viven en sus letras; su vida rápidamente se parece cada vez más a su poesía. El cuerpo de Delmira, sonámbulo de sus deseos, verdaderamente quiebra las reglas de su época, no lo hace sólo en el ámbito de la literatura - donde también otros lo pueden experimentar en las estéticas de ese tiempo histórico - , lo lleva inexorablemente a su existencia. Se casa para despreciar el matrimonio, se enamora de lo prohibido. Regresa a la carnalidad con el mismo hombre a quien le pide el divorcio, afirmando la pasión sin reglas.
En pocos años deja de ser una “nena” como la llamaban los íntimos para convertirse en una mujer apasionada. Y esa mujer/nena arrastra a los enamorados de ella, a Enrique, que de ser un desabrido rematador de feria se convierte en un furioso asesino que la inmola inmolándose, en una escena que – recordando a Otelo mata al amor en su mismo lecho --; a su madre, abnegada y absorbente mujer que la guardará y ofrecerá como su propio tesoro sexual repremido.
Todos los personajes de esta obra – incluso Ugarte que con sus ideas americanistas encuentra y proclama en Delmira un blasón poético – terminan poseídos por la pasión.
Procuraremos crear desde la puesta, el espacio y los sonidos propicios para la sensualidad y la muerte, e intentaremos que la pasión viva en cada cuerpo mientras respire atracción por otro cuerpo y por su ausencia, mientras haga de su vivir algo inexplicable, hasta encontrar sólo en la muerte el deseo de lo imposible. “La pecadora” es una aspiración enloquecida e irrealizable: la vida como poesía. En ese destino siempre se muere sin tranquilidad. Delmira lo asumió hasta el final, los que la acompañaron con vehemencia en su historia personal, también. Los espectadores, quizá comprueben, que si se vive intensamente, el amor vive, aún muriendo.
Lorenzo Quinteros
Director
La breve historia de Delmira, una aparente señorita consentida de la burguesía provinciana, está movida por profundas pasiones, expresadas en una obra poética ardiente y sensual que sorprende a sus contemporáneos provocando tanto el rechazo como la ferviente admiración. Pero su vida interna, sus poseídos desvelos, su sexualidad desbordante, no sólo viven en sus letras; su vida rápidamente se parece cada vez más a su poesía. El cuerpo de Delmira, sonámbulo de sus deseos, verdaderamente quiebra las reglas de su época, no lo hace sólo en el ámbito de la literatura - donde también otros lo pueden experimentar en las estéticas de ese tiempo histórico - , lo lleva inexorablemente a su existencia. Se casa para despreciar el matrimonio, se enamora de lo prohibido. Regresa a la carnalidad con el mismo hombre a quien le pide el divorcio, afirmando la pasión sin reglas.
En pocos años deja de ser una “nena” como la llamaban los íntimos para convertirse en una mujer apasionada. Y esa mujer/nena arrastra a los enamorados de ella, a Enrique, que de ser un desabrido rematador de feria se convierte en un furioso asesino que la inmola inmolándose, en una escena que – recordando a Otelo mata al amor en su mismo lecho --; a su madre, abnegada y absorbente mujer que la guardará y ofrecerá como su propio tesoro sexual repremido.
Todos los personajes de esta obra – incluso Ugarte que con sus ideas americanistas encuentra y proclama en Delmira un blasón poético – terminan poseídos por la pasión.
Procuraremos crear desde la puesta, el espacio y los sonidos propicios para la sensualidad y la muerte, e intentaremos que la pasión viva en cada cuerpo mientras respire atracción por otro cuerpo y por su ausencia, mientras haga de su vivir algo inexplicable, hasta encontrar sólo en la muerte el deseo de lo imposible. “La pecadora” es una aspiración enloquecida e irrealizable: la vida como poesía. En ese destino siempre se muere sin tranquilidad. Delmira lo asumió hasta el final, los que la acompañaron con vehemencia en su historia personal, también. Los espectadores, quizá comprueben, que si se vive intensamente, el amor vive, aún muriendo.
Lorenzo Quinteros
Director
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